Monstruos de hoy: 4

La telaraña

Sobre los brazos de la silla de ruedas descansan, fláccidos como animales muertos, los míos, los brazos de un hombre que si quisiese podría brincar y dar palmas como un niño chico. Mis piernas, que si fuese mi voluntad movería como un bailarín de claqué enloquecido, permanecen también inmóviles. Mi boca entreabierta babea moderadamente, y mi mirada está fija en un punto invisible del infinito más allá.

-¡Vale, ya está! He terminado. –Me anuncia Natalia con su aguda voz de ínfimo invertebrado.

Miro el resultado, y el retrato más parece el de un enfermo mental que el de un inválido, pero me guardo mis observaciones para mí.

Hacerme posar, postrado durante largas horas en esta incómoda silla como un parapléjico, puede dar una idea de la maléfica naturaleza de mi mujer; y desde luego no supone la mayor de mis aficiones, pero es el precio que un hombre ha de pagar para gozar de esa piel rosada y cálida de los demonios. Cualquier mortal colaboraría de igual manera en beneficio del arte si con ello pudiese ganarse el derecho a palpar esas tetas firmes y redondas, y que decir si además se le prometiese el placer infernal de un coito salvaje, desenfrenado, vertiginoso, catártico… Cualquier varón mataría por un pacto satánico de esas características.

La tela de araña erótica de Natalia me retiene durante el tiempo que Daniel permanece en el parvulario, pero cuando se va, al fin, la sonrisa del depredador regresa a mi rostro.
Desde el momento en el que me vuelvo a enfundar mi alma, antes de cerrar la puerta que me llevará al exterior, ya suenan los primeros acordes de Sister Ray, de The Velvet Underground, puro maná para mis oídos.

Anochece, y al pisar de nuevo la acera regresan a mí mis superpoderes de urbanita enmascarado. Me siento poderoso como Spiderman. Y vuelvo a ser yo quien controla la telaraña.


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