El último clásico

Clint Eastwood se ha ganado la fama de ser el último de una estirpe de cineastas clásicos, a la que pertenecen los grandes maestros como Howard Hawks o John Huston. Y lo cierto es que hay algo único en el sello de calidad de este hombre de cine, nacido en San Francisco en 1930, que una vez fuera Harry el sucio.



Su faceta como actor es bien conocida. Se dio a conocer con la excepcional trilogía de spaghetti westerns de Sergio Leone: Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1966), y El bueno, el feo y el malo (1966); y desde entonces ha cosechado unos cuantos éxitos a lo largo de su carrera. Siempre he creído que era un gran actor, sobrado de carisma y en absoluto tan inexpresivo como a simple vista pudiera parecer.
Pero Eastwood no tarda en ponerse, además, tras la cámara, y ya en 1971 firma Escalofrío en la noche, el que será el primero de sus muchos (hoy ya veinticinco) films.
El estilo de Clint Eastwood es austero: no es uno de esos directores amantes de grandes alardes ni de excesos formales. Cuenta historias, y su mirada se pone al servicio de ellas. Esa sencillez es la que lo hace tan grande. Hace fácil lo difícil y, como muchos dicen, es el último director capaz de hacer ese cine a la vieja usanza, intemporal, que gusta por igual a modernos y a conservadores.



Y es que es grande, muy grande… y sabio. Cuando ves Million Dollar Baby piensas que parece estar filmada por un boxeador, o por alguien que ha vivido el mundo del boxeo muy de cerca, pero es que idéntica pasión y conocimientos demuestra, por ejemplo, por el mundo del jazz en Bird (1988), donde relata la vida del genial saxofonista Charlie Parker.
Million Dollar Baby, su última y exitosa producción, cuenta con tres actores protagonistas en estado de gracia: una estupenda Hilary Swank que merece los grandes elogios que ha recibido, el propio Eastwood, de personalidad arrolladora, y un soberbio Morgan Freeman, en uno de sus mejores papeles.



La película tiene todo el realismo que pueda pedírsele y más, y hay en ella además una sinceridad absoluta, y un trazo de personajes impecable. Pero lo que la convierte, a mi parecer, en una obra maestra total es que, en su sencillez, despojada de toda artificiosidad, contiene además una sensación de peligro inminente, de fatalidad latente. A todas luces parece que se nos esté contando la historia de unos perdedores, pero llegamos a quererlos, y tememos por ellos, porque en cada combate se lo juegan todo, y sabemos que de pronto el destino puede girar la balanza de la suerte. Esa sensación de incertidumbre y de preocupación consigue que avancemos inseguros por todo el metraje, como si se tratase de nuestra propia vida. Y esa capacidad de emoción hace de Million Dollar Baby, en mi opinión, el último gran clásico del cine moderno.