LA LEYENDA DE SYHAN. PARTE 1 (DE 2)

Pertenezco a una casta de hombres vilipendiados. Soy sacerdote de un culto aún no extinto hoy, que obra en secreto sobre el destino de los hombres, necesariamente oculto y clandestino. No procede ni tiene importancia saber cual es mi nombre; soy insignificante.
Mi máscara de facciones invertidas (bajo cuya frente cuelga la boca, sobre cuya barbilla descansan los ojos) me distingue como uno de los Adeptos del Culto de Syhan. Pensé en principio que estos dibujos de la careta ceremonial fueron pensados para inspirar terror; hoy más bien entiendo que sólo buscaban encontrar el respeto de los demás. Pero hoy ese respeto no nos es ya necesario ni práctico, y cuando en silencio nos reunimos para nuestros ceremoniales, si algún ajeno se asoma y llega a ver los rituales siente un hondo pavor, que es preludio de muerte. Otra cualidad que la máscara nos confiere, y que ésta si tuvo inicialmente, es la de la extrañeza: nosotros, los devotos, somos diferentes de los otros humanos; nos diferencia nuestra función en el “orden universal” (¡cuán paradójico es que yo lo llame así!). Nuestra obligación proviene del conocimiento de que Dios obró mal su trabajo, y nosotros mismos nos atribuimos el deber de compensar su error, sin la presunción de querer imponer nuestros juicios; facilitando, en cambio, la imposición de una nueva voluntad emergente, surgida del caos de nuestras acciones: la del nuevo dios Syhan.

Acierto a conjeturar que su nombre proviene de la derivación de las palabras arcanas “Sihelhe” (que significa “destino”), e “Yhän” (que era una música improvisada, guiada por los designios del azar). Hace siglos que desde esos términos se dio forma a una suerte de sombra creciente, que se constituyó en una divinidad pagana gracias a su conservación en la memoria de nuestros viejos sacerdotes y oradores, que difundieron el mito; y a los escribas, que lo registraron. Un día, sin embargo, toda mención al Dios Syhan fue prohibida, y eso culminó en la conformación del culto secreto, que tomó primero el nombre de Syhanita, y luego de Orden del Caos, título que ya no hacía mención a esta palabra prohibida. En estos años lejanos, esa palabra (Syhan) quedó sepultada en los textos más herméticos, bajo esotéricas protecciones, y derivó en otros términos y sinónimos: como Siyan, o Nayís (que es el mismo sustantivo al revés), o Ethgal, e incluso Nayethgel, Ethgís o Nayam (la variedad de términos puede dar una idea del calibre de las calumnias sufridas por nuestro culto, y del tiempo que éstas duraron).

Pero bajo todos esos nombres residía una sola presencia subterránea: el Dios Arcano Syhan, representado por una criatura gigantesca con cabeza de bisonte, cuerpo robusto, y alas de murciélago, que es informe de cintura hacia abajo, hecho de la materia de las sombras, pues de la oscuridad surge, y en ella se desplaza sin necesitar pies, siendo algo etéreo.

Ilustración: S. Parra (de Troyadas)
Texto: J.Álvarez (de El Bastión de los Sueños)