Hundimiento

Apuro el trago. El golpe del vaso en la madera termina por sesgar mi determinación, en esta decadencia extraña de mis recuerdos arrugándose. Desde aquí se oye aquella misma música, pero más lenta: no más suave, sino más amortiguada, como si los compases se sucedieran con pasmosa calma de noche fría. El tic-tac del reloj anunciándose detrás parece hacerse esperar en sus parpadeos, pero quizás miente. ¿Entiendes, Mónica…? Miente quizás con su lenguaje de intervalos y de ruidos secos, y en su desigualdad desfigura el tiempo, y los segundos se alargan y deforman como rostro frente al agua. El tiempo… ¿No comprendes…? Atados a él, creemos que estamos en la recta, en el tablero con casillas donde todo es seguro y es orden. Pero la humana ilusión se disuelve en la transparencia casual de una duda, en noches como ésta, con la música deshaciéndose ahora como mantequilla amarilla marchitándose en el plato blanco. Y aquí, en la mesa, la soledad empuja lejos los sonidos harmónicos, y me deja perdido y aterido en esta calor, expuesto al murmullo esotérico de la comida que no he probado por tu culpa. Son tus facciones las que se aparecen con lentitud, en las paredes que se cierran de pronto a los sonidos del exterior. Son tus facciones, que trituran mi cordura cuando recuerdo, como un salpicón de barro, tu despedida. Me diste las explicaciones, de las que sólo me quedan palabras, pero tu recuerdo ahora se fractura en cada minuto de letargo insuperable que se me enfrenta, y ¿cómo resistir…? Tu mirada lastimera se multiplica en esos pasillos oscurecidos que se alejan… que creo que nunca más traspasaré. La incomprensión me despedaza, y el cristal del tiempo se vuelve agua, cuando sobreviene el hundimiento. La silla me aguanta, mientras la música que aún dura sigue despegándose de mí hasta el infinito. Y mis ojos, vencidos, se cierran cuando el último instante, demasiado largo al fin para ser saltado, se impone ante mi ser y me derrumba. Pero quizás sea, como otras veces, la mentira del tiempo lo que me afecta; y pronto vuelva a oír, tardío, el próximo segundo corriendo por el reloj embustero, del que desconfío como del veneno.