Monstruos de hoy: 3

Ficción monstruosa

Es la primera vez que estáis entrando conmigo a la ficción monstruosa de mi hogar. Si la comprensión de las normas de mi morada fuese el secreto mejor guardado dentro de la parte central de un laberinto defendido por un minotauro, vosotros aún no habríais encontrado ese laberinto, desde luego no seríais Teseo y, es más, puede que no supierais siquiera de su existencia.

Al entrar a mi casa se produce, en primer término, un fenómeno inexplicable de carácter taumatúrgico: el cuerpo penetra en el lugar, pero inmediatamente el alma del visitante se separa de él para quedar encerrada en una prisión espiritual, azotada por fuegos turbulentos, visiones esperpénticas y peligrosos depredadores de la memoria; mientras continuamente suena, a un volumen infernal, el endiablado ritmo de Burn, de Nine Inch Nails. Por su parte, el cuerpo (en este caso el mío) tampoco corre mejor suerte, y se ve embestido por Natalia y Daniel (mi mujer e hijo, respectivamente), que se lanzan sin compasión hacia uno, atacando con saltos y alaridos. No sienten piedad: les importaría un carajo si les hablase de mi cansancio y de mis muchas horas sin dormir. Me obligan a brincar a su ritmo trepidante, a rotar cogido de sus manos en círculos concéntricos alrededor de una silla, a jugar al corro de la patata, y qué sé yo a que más juegos y sacrificios, antes de que pueda finalmente acostarme.

Hasta el momento de dormirme, Natalia me atosiga aún, durante un buen rato, con su voz chirriante como un grillo agonizando, y me lanza increpaciones y advertencias más que justificadas. Mientras grita, un personaje anónimo la apuñala repetidamente por la espalda, sin conseguir dañarla. Esa imagen es la última con la que el mundo me lanza hacia El Bastión de los Sueños, de donde provienen las diarias pesadillas agorafóbicas en las que me encuentro desnudo, corriendo por el arcén de una autovía, perseguido por un travesti armado con un enorme cuchillo de cocina.


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