El viaje de Idea (4 de 12)

Esta es la historia en doce partes de como tres amigos (Idea, Caramelo y Computadora) emprendieron un viaje extraordinario hacia El Bastión de los Sueños.

En el día número cien, cuando entraron a la centésima de las cabezas que fueron encontrando, cada uno de los tres amigos (Caramelo, Idea y Computadora) había recibido noventa y nueve dones, que eran los noventa y nueve adjetivos diferentes con que se les había nombrado en sus puertas correspondientes. Habían andado durante más de tres meses por aquella aburrida planicie blanca, pero se sentían felices y cada vez más confiados, pues ahora parecían haber llegado al final del trayecto. En la sala esférica del interior de la cabeza sólo había una puerta esta vez, y ponía esto:

-PUERTA 1: PARA COMPUTADORA, IDEA Y CARAMELO, QUE HAN BUSCADO SIEMPRE MÁS ALLÁ. CAMINO HACIA EL BASTIÓN DE LOS SUEÑOS.

-¿Qué es el Bastión de los Sueños? –se preguntaron todos al unísono. Ni siquiera Computadora había oído hablar de aquel lugar. Ni tan sólo Idea lo había soñado. Ni tampoco Caramelo estaba seguro de querer ir allí.

Pero aún así abrieron la puerta, porque era la única que había y porque sus corazones les decían que era lo correcto, y al abrirla lo vieron en la lejanía. El Bastión de los Sueños (no había duda de que lo era) se alzaba en toda su magnificencia en el lejano horizonte, más allá de un sendero largo y sinuoso, que recorría una pradera de ensueño, primaveral y florida. Era una torre de marfil, extraña y alta, de proporciones descomunales y hermosas formas, sin recta alguna, y construida de tal forma que su verticalidad parecía casi imposible de mantener. En su zona baja la rondaban bandadas de pájaros y aves, y algo más arriba se veían nubes. A media altura, la construcción estaba rodeada de una especie de disco suspendido en el aire, y algo más arriba flotaban a su alrededor unas bolas metálicas de tamaño incalculable. Un humo etéreo se desprendía de los contornos de aquella construcción, que parecía regida por leyes mágicas diferentes de las que cualquier mente mortal pueda llegar a entender.
Sorprendidos por aquella imagen luminosa y de tan bellos colores, los tres niños corrieron encantados, dando brincos y alaridos de pura felicidad, hacia aquel lugar.


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