La ciencia del sueño

La ciencia del sueño. (La science des rêves). Francia - Italia. 2006.
Dirección: Michel Gondry. Con Gael García Bernal, Charlotte Gainsbourg
y Alain Chabat. 105 minutos.


Michel Gondry, reputado autor de videoclips y director de cine, estrena ahora La ciencia del sueño, tercer largometraje tras Human Nature (2001) y Olvídate de mí (2004), y primero sin la colaboración del guionista del momento, el genial Charlie Kaufman. En esta ocasión, Gondry despliega ante nosotros todo su imaginario visual, cada vez más deslumbrante y personal, que aquí se nos muestra más como un disfrute estético en sí mismo que como una serie de elementos aislados, puestos al servicio de una historia. En ese sentido, La ciencia del sueño supone el apogeo visual de su arte, o lo que es lo mismo, cine en estado puro.

Como el personaje de Björk en Bailar en la oscuridad , de Lars Von Trier (2000); aquí el protagonista, interpretado por un pletórico Gael García Bernal, se debate entre dos mundos, real y soñado, que se alternan sin previo aviso dentro de una trama divertidísima y a la vez cargada de un gran dramatismo. Pero la proeza de Michel Gondry, en este caso, consiste en conseguir fundir lo romántico, lo fantástico, lo cómico, lo surrealista y lo trágico en un todo que destila un colorido y una magia semejantes a las que poseyera Amélie, de Jean-Pierre Jeunet (2001); otra obra cumbre del cine francés reciente.

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Gael García Bernal, buceando en los sueños.

La trama de La ciencia del sueño va complicándose a medida que el film avanza, y poco a poco se van sucediendo diferentes pistas que nos llevan a reinterpretar lo sucedido hasta entonces, lo que confiere a la cinta un estimulante tono deconstructivo. El espectador termina por sumergirse de lleno en ese inabarcable océano de fantasía, plagado de mil y un detalles y anécdotas hilarantes, y se ve desbordado por un conjunto frenético y delirante que saca la sonrisa a pesar de lo dramático de la historia que se nos cuenta. Pero, al terminar La ciencia del sueño, notamos que el film ha cambiado nuestra óptica, y ahora la vida carece ya de esa misma luminosidad de antes. Nuestra única salvación, si sentimos que eso nos ocurre, es volver a dejarnos guiar durante otros 105 minutos por ese científico creador de sueños que es Michel Gondry. Y, con un poco de suerte, confundiremos para siempre vida y ficción para así vivir eternamente dentro de una pantalla. Si el cine fuese siempre así, merecería la pena, desde luego, huir de este cruel mundo en el que vivimos, hacia ese paraíso mágico de lo soñado.

Valoración personal [1-10]: 10.


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